sábado, 16 de julio de 2016

Viajar Viajar - El destino, la búsqueda

Suelo participar de charlas de familia o amigos que devienen en calurosos debates acerca de los destinos a la hora de realizar un viaje al exterior.

Están los que se inclinan por las playas y el sol, los que exponen a sus tarjetas de crédito a largas sesiones de precalentamiento para que estén listas en el momento de resistir horas y horas de shopping, o quienes no hacen más extensa la lista de museos a visitar en una ciudad por la única razón de que todavía no se construyeron nuevos.

Los viajeros en cuestión defienden sus últimas vacaciones ante los que decidieron hacer de las propias un hecho diferente. Como si hiciera falta, o incluso como si pudiera llegarse a algún fallo que proclame que uno es mejor que los otros.


Sucre, Bolivia

Para mí, la cuestión es simple y el resultado de la respuesta varía según el viajero, no según el destino.

Lo que define el sitio a visitar depende de una sola cosa: la búsqueda.

Y no es que con esto descubra nada, al fin y al cabo todo en nuestra vida se trata de eso, de buscar.

Suelo enojarme con la pseudo literatura barata. Quizás porque sé, como muchos, que el mercado de las grandes editoriales tiene una puerta de entrada muy angosta y muy dependiente de los resultados en cuanto a ventas, por eso es difícil llegar para cualquier novel.

Entonces cuando editan a quien escribe algo vano en cuanto a forma y contenido pero muy rico en cuanto a publicidad, nos enfurecemos y criticamos a quienes lo consumen.

Me pasa seguido.

Pero luego caigo en la cuenta de que quien lee "eso" está, nada más y nada menos, que en una búsqueda diferente a la mía. Y se sabe, nada más genuino que la diferencia.

Vuelvo a los viajes.

En algún momento de la vida, uno solo ansía arrojarse bajo el sol entre arenas suaves y palmeras. Leer al borde de una piscina en un all inclusive que simplifica todo, que nos permite creer que, por una semana al menos, el mundo es una suerte de paraíso en el que el tiempo se detuvo y no se puede hacer otra cosa que relajarse.

Allí vamos entonces. Y está muy bien.


Club Med Rio das Pedras, Brasil

En otro momento, uno deseará recorrer alguna ciudad muy cultural e irá de museo en museo. Pero es probable que, si se tiene la suerte de volver, se elija visitar solo aquel que encontró un espacio en el corazón viajero y se opte por recorrer la ciudad a pie en busca, claro, de otras cosas.

Tengo la fortuna de haber viajado. Menos que otros de mi edad, pero también más que muchos.


Hard Rock New York, EE.UU.

Cuando tenía veintires años pasé un mes entero en París. Había estudiado ocho años en la Alianza Francesa y los dos últimos había hecho la variante que se llama "Civilización", en la que se estudia francés a través de la historia, arte y literatura francesas.

Al llegar a París toda mi persona era un cúmulo de información que necesitaba concretarse de alguna manera. Así es como visité muchos museos (al gigante Louvre fui incluso dos días) palacios y otros lugares que iban completando ese bagaje de cultura acumulado a distancia.

Esa era mi búsqueda en ese momento y para esa ciudad.

Hoy solo volvería al Orsay, que alberga el arte del siglo XIX, todos mis amados impresionistas están ahí. Hoy busco otras cosas.

Algunas que incluso no vislumbro con claridad, que van tras ese instinto que las percibe en parte y me guía hacia un destino en lugar de otro.

Así es como en el último viaje las islas británicas ganaron la pulseada.
¿Es criticable? ¿Es cuestionable la decisión de otro acerca de sus viajes?


Castillo de Blarney, Irlanda

Como todo, no. Quizás pensemos que es más o menos aburrido. Pero si la elección está definida con un cierto conocimiento de lo que ofrecen los destinos entre los que se puede elegir y no desde el prejuicio, ninguna es peor que otra.
Aprovechar la suerte de poder subirse a un avión y conocer otros lugares, pocas cosas hay más enriquecedoras que eso.

Y buscar. Siempre. 

Nunca descansar de eso, más bien disfrutarlo. 

La felicidad está en los hallazgos.


Tren inglés

Nota de copyright: todas las fotos de este post son mías. 

miércoles, 15 de junio de 2016

Supersticiones

Aprendí de supersticiones de una de mis abuelas (ambas eran gallegas, pero una bastante más "cabulera" que la otra) en particular.
En realidad todos en la familia tenían alguna que otra postura en lo que a cábalas se refiere, pero ella era la más convencida del poder del infortunio. 
En casa no había peor crimen que abrir un paraguas estando bajo techo. Se salía de sí del terror que la invadía si nos veía jugar en el cuarto con uno de esos objetos abierto. Decía que traían mala suerte. Con una convicción que, al día de hoy, me obliga incluso a retar a mi hija si la veo jugar con uno, se trate de un parasol de papel chino o de un paraguas real. No sea cosa.

Barrer de noche también es malo, según me enseñó esa misma abuela: con el escobillón se quita también la buena suerte de la casa. Habrá que dejar pernoctar la mugre, entonces, para que se quede también la fortuna.



Es común, e incluso atraviesa culturas, que la gente tema a los gatos negros o a pasar debajo de una escalera, pero lo que aprendí con el tiempo es que cada familia, o incluso cada persona, desarrolla a su vez sus propias supersticiones, originadas vaya uno a saber cuándo y dónde, pero transmitidas de generación en generación.

Cuando vendía tortas decoradas aprendí otras. Tenía algunas clientas muy prudentes que me contaban que, por ejemplo, poner un muñeco de payaso le quita la alegría de por vida al cumpleañero. Muñecos de caracol o tortuga hacen que la familia avance más lento, según parece.





En otro trabajo aprendí de mis compañeras que no se debe apoyar el bolso o cartera en el piso porque significa que el dinero "se va", y nos condena a la pobreza. 
Yo debo haber dejado un camión de caudales apoyado en el piso largo tiempo de tanta plata que se "me va".
De ellas también aprendí que la sal no se debe derramar (el antídoto si semejante calamidad ocurre es tomar un puñadito y arrojarlo hacia atrás sobre el hombro derecho), ni se pasa el salero en mano a alguien que comparta la mesa. Es señal de futura pelea. Como si hiciera falta, en algunos casos.




Volviendo a las tradicionales, en mi familia siempre fue una suerte de Karma ser trece a la mesa en festejos varios. Sucedía todos los años, no importaba si alguno se moría, otra se casaba o alguien nacía, casi no sabíamos explicar cómo, pero siempre resultábamos trece.
Esta situación aterraba a mis abuelas de tal manera que se las ingeniaban para tener "algo que hacer" alternativamente para que nunca estuviéramos todos sentados y se cumpliera la profecía.
En un momento mi mamá optó por usar dos mesas separadas, disimuladas por los manteles como una sola, para que las viejas se sentaran a charlar un rato junto a los demás.

Otro tema era un jueguito algo perverso al que mis tíos abuelos eran aficionados: se trata de tirar cada uno de un hueso de pollo en forma de honda o "Y". El que saca el trozo más largo muere último. Sí, así de feliz como suena. Es un juego para parejas y el mensaje es de lo más romántico, no me van a decir...





Ahora me extiendo a nivel universal para ese fenómeno tan peculiar que es la creencia en los "jettatore": personas que, ya sea por la mera mención de su nombre o por acción directa o asociación libre, están vinculadas en forma directa con la desgracia. Son aquellos que llegan a un lugar y provocan que las cosas se caigan, que quienes están allí se entorpezcan. Son esos que no querés tener en tu trabajo porque arruinan todo. Y no lo saben, de ahí el máximo de su peligrosidad.
Para esquivar los efectos dañinos de su influencia se suele recurrir a artilugios o costumbres de lo más variadas. Primero y principal, nunca, jamás, pronunciar su nombre real completo. Se lo alude entonces por referencias de cercanía: su nombre o apellido en inglés, o alguno que suene parecido. Otra alternativa es tocarse los genitales externos izquierdos femenino o masculino, según sea el caso. Hacer cuernitos ante su nombre o presencia es otro remedio o paliativo de tan desafortunada presencia. De la manera más disimulada posible, claro. El jettatore en cuestión puede ser muy peligroso, pero tampoco es la idea que se ofenda, no.





Sin embargo las supersticiones no siempre apuntan a lo malo que puede suceder, existen símbolos, cábalas, que dan "buena suerte".
El célebre trébol de cuatro hojas, la herradura, la pata de conejo, son de los símbolos (o antídotos) más tradicionales. 




De ahí en más, cada uno va desarrollando los propios en función de su experiencia de vida personal: una prenda de ropa interior que promete nunca fallar y que a veces ni se lava por miedo a  que pierda sus propiedades, un lugar determinado en el sillón al ver el partido, cruzar los dedos, besar un crucifijo, dejarse la barba o raparse, hacer promesas a uno o más santos (avalados por la religión oficial o no, es lo mismo), y así un sinfín de opciones. 



Con todas se busca lo mismo: una suerte de reaseguro contra la amargura de la vida misma, un escudo contra la dureza de la realidad, un poco de brujería, otro de magia, que aportarle a la existencia.

Una voz, baja y oculta (porque la excesiva superstición no deja de ser algo tabú) que nos asegure que se puede alejar el mal. Que nos aferremos a la creencia. Que todo va a estar bien.



miércoles, 20 de abril de 2016

Meses: Abril

Se supone que ya estamos en los días frescos del año. 
Se supone. 
Ya no se usa más eso de "sacar" la ropa de la estación entrante y archivar la de la saliente. Más que nada porque las estaciones están rebeldes y se cuelan, se intercambian entre ellas, aunque no les toque aparecer, al menos a nivel calendario.
Así tenemos "veranitos" en julio o nos congelamos por vestir remera y ojota en pleno enero. Es que cambiamos más lento de atuendo que de clima últimamente.




Y así comenzó abril. Lluvioso desde el primer día pero, como menopáusica en crisis, con calores sofocantes que aparecen de la nada y se mezclan a la humedad en evaporación generando un efecto sauna que causa más estragos en el ánimo que el famoso efecto invernadero en el planeta.
Podés tener que abrigarte para estar en interiores y desabrigarte al salir a la calle. Así de coherente es este mes.

Este post llega con atraso y eso me permite destacar que abril de 2016 no sólo arrancó lluvioso, sino que siguió igual de lluvioso.
Días grises, uno tras otro, en incansable secuencia. La ciudad imposible, las ganas de salir, ausentes con aviso.
Las que deberían ser crujientes hojas caídas de los árboles, las que deberían llenar los oídos del peatón con sus ruidos al pisarlas, en este caso no son más que amalgamas sospechosas en las veredas. Amasijos mojados de color marrón que se confunden fácilmente con residuos vitales caninos. Por las dudas, no los pisen...




Éste es un mes romántico, vaya uno a saber por qué. 
Es el mes del "día del beso". Vaya. Había que dedicarle un día y todo. Así de mal estamos...
Se usa el nombre de este mes para marcar el paso de los años como las Lunas marcan el correr de los meses. 
Los "quince abriles" del poeta para las muchachas que llegan a esa edad, por ejemplo. Hay gente que se emociona con eso. O lloran por lo que tuvieron que gastar en la fiesta, a veces no queda claro.




En cuanto a revoluciones de actividad, ya es un mes mucho más estable. Las clases siguen su curso, los trabajos siguen su curso. No hay grandes modificaciones excepto la proliferación de talleres literarios que arrancan en este mes. Los encuentros culturales también hacen eclosión.
Parece que los escritores salen del letargo veraniego recién ahora.

Desde hace un tiempo "Abril" también es un nombre propio, un nombre de persona, de chica (diría "claro", pero nunca se sabe cuando están buscando alguna señal de discriminación). Hasta entonces sólo "Julio" tenía ese reconocimiento. 

Es una palabra dulce "Abril".  Será por eso que aparece en tantas canciones. 

Cuando digo que no sé qué decir de este mes, porque encima este año la Pascua se adelantó y fue a parar a marzo, me chiflan que es el mes del aniversario de nacimiento de Chaplin. Y no es poco.




También es el mes del día de los animales. Los de verdad, no hay eufemismos ahí. Y lo cierto es que podríamos mirarlos un poco y aprender de ellos, a veces. Como seres humanos somos cada vez más energúmenos. Más bestiales incluso que ese león que nos impresiona tanto porque mata a una cebra para sobrevivir.

Nosotros nos matamos entre nosotros, a veces entre familiares. Cometemos aberraciones contra quienes deberíamos proteger, tanto a nivel particular como en los niveles macro. Somos mezquinos e interesados. 
No todos, tal vez, claro. Pero muchos.
Por eso hay que reconocer la nobleza de la inocencia de los animales y cuidarlos un poco.
De nosotros, los humanos a cargo.




Mes tranquilo, o tal vez sea mi mente la que ingresó en un letargo y no sabe qué más decir de él.


Espero que hayan aprovechado sus botas de lluvia. Pero no las guarden todavía. Ni hagan maceteros con ellas, como vi en Irlanda.
No sabemos qué nos tiene preparado mayo...





sábado, 19 de marzo de 2016

Cambios


“La lucha es de igual a igual contra uno mismo,
y eso es ganarla”  A.Abonizio, El témpano

Un día decidís cambiar. La gente te ve y te pregunta si estás seguro, si no te da miedo. Y claro que sí, pero ya te detuviste demasiado en ese otro miedo que no te dejaba avanzar.

El momento del cambio es hoy.



No hace falta mirar atrás. El antes es lo que te trajo a donde estás ahora. Nada para arrepentirse, pero tampoco nada a lo que valga la pena volver.

El mundo nos lleva por un mal camino. Nos propone conceptos equivocados: un día hacés el “click”, te dicen,  y ahí cambia todo. Y vos te quedás así, sin hacer nada, esperando que llegue de alguna manera la magia, ese “click” que te prometieron, muchas veces personas que supuestamente pasaron por lo mismo que vos, pero no aparece.

Y mientras tanto seguís mirando cómo pasa la vida. Porque la vida pasa, y la mirás así, de afuera, como si fuera ajena.

Pero pasa, y no vuelve, y es la tuya.

El engaño es que ese “click” no llega solo. La única manera de que se produzca es que lo generes, y lo mantengas, vos.

Empezás a cambiar en el momento exacto en el que dejás de postergarte. Cuando un jueves o un viernes decidís empezar la dieta y dejás de esperar los lunes. Cuando decidís tirar el paquete de cigarrillos por la mitad en lugar de esperar a terminarlo.

El cambio empieza así y está en tus manos. No hay magia, no hay destino pre-escrito. Y si hay un interruptor, lo manejás vos. El click lo hacés vos. No sucede, no viene de afuera.
Y los que te rodean te van a mirar sorprendidos. Los que te quieren y valoran se van a alegrar con vos. Aunque siempre va a haber alguien que te diga que estabas mejor antes, o que para qué tanto revuelo, tanto cambio.

Que no te engañe. No hay un antes al que mirar con nostalgia. El futuro ya es presente, empezó y es todo tuyo. No hay nada que lamentar.



El camino no es fácil. No hay milagros, no hay lugar para excusas. Tiene una única posibilidad, que es hacia adelante, lo que no quita que haya obstáculos. Ojalá sean pocos. No hay nada asegurado.
Es probable que no llegues a la meta en el tiempo esperado. O incluso que encuentres nuevas cosas que querés cambiar. Adelante, todo vale. 

Lo bueno es que ahora sabés que tenés armas: vos mismo, la gente que te apoya, los que desde su trabajo te dan las herramientas. Incluso si sos persona de fe podés apelar a la ayuda de tu dios, pero no pierdas el rumbo: el vehículo siempre sos vos mismo.


Vos mismo. Nada más y nada menos.

Sos quien necesita, quien busca el cambio y el único que puede realizarlo. Nadie más. No hay que demorarse. No hay nada que esperar.

El momento es hoy, es acá, es ahora.

Apretá el interruptor.

Sos el dueño de tu “click”.



sábado, 5 de marzo de 2016

Soñadores


Hay gente que vive la realidad tal cual es. Tal como se le presenta. 
Son personas que no encuentran matices, ni luces, ni sombras. Tampoco los buscan, claro. Se conforman. Entran, pasan y siguen de largo por la vida sin preguntarse si las cosas podrían haber sido distintas, sin desear que lo hubieran sido.



Pero hay otro tipo de gente. Individuos de mente inquieta, de lucidez incomprendida en la mayoría de los casos. Son aquellos que, en mi humilde opinión, hacen avanzar el mundo. 
No existiría el denominado "progreso" sin ellos. Y no me refiero sólo a lo que concebimos como avance en el sentido tecnológico, que es como muchos sesgan el concepto, sino también en cuanto a derechos, de las mujeres, de las minorías, de la naturaleza.
Son los "soñadores". Los visionarios. Los que no se resignan a lo que encuentran en el mundo cuando llegan a él y por lo tanto crean, idean, aspiran a cambiarlo.
Los que algunos llaman "adelantados", aunque la única forma posible de que se hayan adelantado a algo es que los demás aceptaran sus ideas y eventualmente los siguieran.





No todos pertenecen al mismo rubro, sin embargo. Hay quienes se dedican a la política, quienes militan desde el arte y actividades humanitarias o quienes abordan sus búsquedas a través de las tecnologías. A muchos se lo ha condenado por rebeldes, blasfemos. A otros se los ha tildado, simple, y hasta cariñosamente, de locos. 

Y es que hay una realidad: el soñador molesta. Molesta porque cuestiona, porque incomoda, porque evidencia las falencias del statu quo de su época. 
El soñador inquieta, porque su mente es inquieta, porque no se acomoda a la realidad que le toca sino que quiere acomodar la realidad a sus ideas. 
El soñador no se rinde, no es fácil callarlo. 

Recién años, décadas, siglos después en algunos casos, se reconocerá el valor de sus pensamientos. Y hasta se les pedirá perdón, como tuvo que hacer el Vaticano con Galileo.
Por eso se suele decir de ellos que eran personas que nacieron en el tiempo equivocado. Se dice eso de los "viejos" soñadores, a los que el tiempo ha probado como acertados, mientras se sigue llamando "locos" a los nuevos. 
Es un ciclo en cierto modo.




En literatura, por ejemplo, hay quienes han soñado, y mucho. Algunos han visto pesadillas que no llegaron a poder evitar a pesar de sus advertencias.
Dentro de los más positivos podemos hablar de un clásico: Julio Verne, que no sólo predijo (o tal vez inspiró) las incursiones a la Luna, sino también los viajes submarinos.
Entre los más apocalípticos podemos citar a Orwell o Huxley, con sus visiones de estados controladores de sus ciudadanos y tecnologías que permiten el monitoreo de los movimientos las veinticuatro horas (cualquier parecido con la realidad...).




En otros ámbitos encontramos a los "héroes anónimos": trabajadores, militantes si se quiere, en pequeña escala. No hacen ruido, no son conocidos por sus nombres, sin embargo hacen un mundo de diferencia con cada acción que realizan. Son los maestros rurales, los médicos que desisten de la clínica privada con aromatizador de ambiente y televisores modernos en las habitaciones y se van a regiones inhóspitas a curar a gente abandonada por el resto del planeta. 
Están allí donde nadie más quiere estar, haciendo lo que hace falta que alguien haga.





También están los ecologistas, lo que se pasan advirtiendo sobre los desastres que causamos en un planeta al que dañamos a niveles impensados. Y, al margen de los cuestionamientos que se puedan hacer a agrupaciones como Greenpeace, por ejemplo, no olvidemos que el gobierno francés les hundió al primer "Rainbow Warrior", el barco que usan para "molestar" en alta mar. Denunciaban el tráfico de residuos nucleares hacia países tercermundistas, evidentemente con el suficiente respaldo como para que ocurriera eso. 





Están los artistas comprometidos: músicos, cineastas, documentalistas, que desde su lugar alertan sobre las falencias de la sociedad. Annie Lennox es vocera en la causa SIDA, Leonardo Di Caprio en el tema del calentamiento global. En su momento lo hizo John Lennon con la canción que inspira este post. Sting alertó en los años '80 sobre los peligros de la Guerra Fría y sigue militando en la actualidad por los derechos humanos. Peter Gabriel y el apartheid, Bob Geldof y su invento para recaudar fondos para África, Band Aid. Y podría seguir hasta el cansancio, por suerte.




Martin Luther King usó él mismo la palabra "sueño": soñaba con la igualdad, con que el color de la piel no fuera lo que determinara el valor de una persona. Si bien se ha avanzado, su sueño aún no está realizado del todo. Una joven paquistaní, Malala Yousafzai, luchas desde sus precoces trece años por los derechos civiles, fundamentalmente la educación, de las mujeres musulmanas. Y ya fue víctima de un atentado provocado por intolerantes. Porque como señalé antes, los soñadores molestan.



Los hay en todos los ámbitos y actividades. La lista es infinita. Tan larga como los pasos que nos han traído desde las cavernas a esta parte.
Y sin embargo, falta. Hay mucho por hacer, bastante que arreglar y muchísimo más por crear.
Mientras yo simplemente escribo, hay gente que sueña con derrotar al cáncer. Hay quienes están pensando cómo terminar con el hambre en los países del Tercer Mundo y quienes salen a los mares a defender a las ballenas que aún nos quedan.
Hay gente luchando para concientizar sobre las consecuencias de nuestro estilo de vida actual y su impacto en el planeta y hay gente poniéndole el cuerpo y la voz a los derechos de esa otra gente que no tiene la capacidad ni la fuerza moral para reclamar lo que merece.
Se ha avanzado, pero el camino por delante aún es largo. ¿Para llegar a dónde? Quizás a los que algunos conciben como el premio que las religiones proponen: el paraíso, el Valhala, eso a lo que se puede aspirar después de muerto si se hicieron "las cosas bien" en vida.
A pesar de esas "promesas", hay quienes no se resignan a esperar al más allá y luchan porque esas condiciones se den en el presente de todos los seres humanos.
Y están soñando eso. Y trabajan por eso. Ahora mismo.
Que nunca despierten.

viernes, 26 de febrero de 2016

Meses: Marzo

Es oficial: arrancó el año. 

Sí, lo sé, técnicamente empezó el primero de enero. Pero yo digo que ahora "arrancó".
Y es que los horarios se ajustan a partir de este mes, el del comienzo de las actividades escolares. Para todos. Incluso para los que no tienen hijos o los tienen pero superaron esta etapa (y no llegaron todavía a la de abuelos, ese reencuentro con la escolaridad y sus encantos).
Digo para todos porque cambia de forma radical la dinámica del mundo: a partir de marzo hay que tener en cuenta los horarios de entrada y salida de los niños a clase, aunque no haya que ir a llevar ni buscar a ninguno.
Si hasta ahora tomabas el colectivo casi vacío a las siete y media, bueno, tené en cuenta que te vas a encontrar malones de niños y adolescentes semi-despiertos a partir de este mes. Así que deberás reorganizarte: o madrugás para tomar uno más temprano, o te jugás a llegar tarde al trabajo el resto del año. Todo sea por esquivar a los estudiantes.
Y si vas en auto, a prestar atención a las aglomeraciones en las puertas de colegios y sus alrededores.
No se salva nadie.
Lo mismo al mediodía, en las salidas de turno mañana.
Carradas de infantes en guardapolvo o uniforme invaden calles y transporte. 
Como dije, arrancó el año.




Para los que sí son padres o niñeros a cargo, comenzó la corrida de los horarios. 
Despertador, desayuno a medio comer (¿a quién se le ocurrió que se puede desayunar bien teniendo que estar a las 7.30 en el colegio?), partida hacia el establecimiento. 
Hora de salida, que el chico no espere mucho en la puerta porque la maestra te manda una notificación y te hace la psicológica diciendo que tu chico se trauma de por vida por esperar cinco minutos (cuando vos lo esperaste nueve meses, y eso si no es adoptado o de probeta...).
Almuerzo. Despliegue de actividades varias según el día: deportes, idiomas, psicólogo, canto, catequismo (si sos esa contradicción que mandó al pibe a colegio laico pero querés que tome la comunión, en fin). 
Al final no sabés si tuviste un hijo o un pichón de empresario: necesitás no sólo niñera sino una secretaria y un chofer para seguirle el ritmo. 
Nochechita. Agotamiento familiar completo. Baño. Cena y alguna tarea que tu hijo, o en su defecto el grupo de Whatsapp de madres, te recordará cuando te queden menos de siete horas de sueño disponibles.

Marzo. Lindo mes.
Soleado, comienzo del otoño (ya que lo digo, vayan levantando hojas amarillas caídas de los árboles, tarde o temprano se las van a pedir en el colegio).
Continúo: comienzo del otoño, pero no del frío, no se dejen engañar por el calendario. Acá tenemos calor hasta entrado abril en general, sobre todo ahora que, según los expertos, ya tenemos clima tropical. 
Somos más caros que Brasil, pero en el clima espantoso nos estamos pareciendo (gracias por la deforestación, país vecino, de paso).



Este año también nos toca Semana Santa en marzo. 
A romper los huevos con toda libertad, gusto y diversión. También vale la rosca con los huevos duros incrustados.
Cuando yo era chica, mi bisabuelo, no sé si por costumbre o para diferenciarse del resto, en lugar de huevo de chocolate nos regalaba una rosca a cada una de sus nietas (sí, todas mujeres, pobre abuelo). Tenían "premio". El tema era que estaba metido en la masa (hay cada idea en la tradición católico-española que una no sabe a quién culpar). En general era alguna tontera de plástico envuelta en papel manteca o de aluminio a la que había que limpiarle toda la masa de alrededor antes de poder descubrirla.
Lo pienso hoy y casi que me da asco semejante manipulación del alimento, pero de chica era divertido ver a quién le tocaba la porción premiada (que saltaba en cuanto el diente se clavaba en algo duro, así que la sorpresa, la alegría, siempre venía acompañada de un "ay!" de dolor bucal).




En cuanto a la tradición de los huevos, permítanme otro comentario nostálgico.
Extraño cuando los huevos tenían ese trabajo artesanal de la decoración el glasé. La decoración de azúcar. 



Hoy son una porquería lisa de chocolate hidrogenado envuelta en un enorme papel con el dibujo del personaje en cuestión. Porque a todos se les da por festejar la Pascua: desde Toy Story a Barbie, todos tienen su huevo.
Y para los grandes están las marcas de golosinas en sí, que también sacan su producto "institucional". Eso sí, siempre liso, siempre envuelto en colores llamativos y logos reconocibles.
El interior, bueno, la desilusión de siempre. En el mejor de los casos te toca algún confite rico o un juguetito de plástico mínimo, de esos que se ponen en las piñatas y que terminan en la basura a la primera distracción del niño en cuestión.
Y encima copan todas las góndolas del supermercado con sus precios de nivel estratosférico.





Marzo. 
Hojas crujientes en las veredas, para deleite de viejas madrugadoras y encargados de edificios.
Guardapolvos blancos, ternura y encanto. 
Vuelta al colegio, esperanza de vuelta del fresco. 

Es oficial: arrancó el año.




viernes, 5 de febrero de 2016

Meses: Febrero

Febrero es el mes del fin del verano.
Sí, sé que, técnicamente, el verano termina el 20 de marzo. Pero en febrero se terminan las vacaciones de los más chicos, la mayoría de los grandes en edad laboral también se ha tomado sus días libres y es por eso que si bien no hablamos del final de la estación calendario, sí podemos hablar del fin de esa sensación, ese espíritu de diversión, distensión y hasta casi diría felicidad que implica el verano. 



Es el momento en el que las playas quedan semi vacías hasta nuevo aviso. El mes de las corridas y las largas filas en las casa de ropa y artículos escolares, en las librerías de textos. Uniformes, guardapolvos, lápices, hojas, carpetas, a tildar la lista que mandó la seño por Whatsapp que se acaba el tiempo.
Es el mes en el que a los padres no les queda un centavo para gustos personales ya que todo el dinero se va en equipar al infante para que desarrolle ese potencial de genio que todo progenitor ve, con o sin fundamentos realistas que lo sostengan, en su retoño.



Pero antes que todo eso, febrero es el mes de los carnavales.
Corsos, murgas, juegos con agua, disfraces y un feriado extra largo que volvió al calendario nacional tras muchos años de considerarse un abuso de días no laborables. Los "cuatro días locos", para salir a la calle a bailar con los vecinos, los conocidos y los nunca antes vistos, o para viajar hacia algún destino carnavalesco. Gualeguaychú, Río de Janeiro, el noroeste argentino, Venecia o Colonia (Alemania, Köln en el original), todos ellos rincones donde se puede uno plegar a celebraciones típicas y redituables a nivel turístico, para el anfitrión, claro.



Mientras tanto, en el barrio, los chicos jugarán con pistolas de agua, mangueras, o los tradicionales baldazos que ninguna lección sobre el valor del agua potable ha podido desterrar del panorama veraniego. Y para quienes tienen padres permisivos y con algún peso de más en el bolsillo, las bombitas de agua.
¿Qué mejor y más sana costumbre que empapar a bombazos a alguna señora que pasa cambiada para ir a trabajar? Ah, si será lindo el barrio a veces...



Por una cuestión de apertura de importaciones culturales, de unos años a esta parte febrero se convirtió también en el "mes de los enamorados". Se ve que tomamos tanta Coca Cola que además de vestir a Papá Noel de rojo y cuidar que esté bien abrigado en pleno diciembre, nos trajimos al otro santo, cuyo nombre recuerda a un galán del cine mudo, y que moviliza la industria de los bombones y las cajas con forma de corazón.

Y es así como el 14 de febrero festejamos a un tal San Valentín. Uso la palabra "festejamos" como un eufemismo. Todavía no decido si ser "pro" o "anti" esta festividad. Porque sí, así como leen, sobre todo en las redes sociales, hay gente que ha decidido unirse en grupos de boicot a esta celebración del amor tortolar. No creo que sean todos solteros. Sí, escépticos.
Lo cierto es que el amor no es mejor ni más real porque haya ramos de flores o un peluche de por medio en un día determinado por la cámara de comercio.
Si me preguntan, yo prefiero un regalo sorpresa (un libro estaría bien) en cualquier momento del año. Es más personal y demuestra que la otra persona se acordó de vos en forma espontánea y no por los carteles pegados en las vidrieras de los locales de rubros asociados al "amor". En fin.



Para mí es difícil ser neutral con este mes ya que es el "mío". Es el mes de mi cumpleaños, así que es mi mes favorito por definición. Aunque sea de los meses calurosos.
Uno no elige a los padres ni la fecha en que nació. Así es como se termina amando incondicionalmente a la familia que a uno le tocó y, por qué no, al mes en que se decidió uno siendo bebé a salir al mundo.
No importa el número que sume, siempre es bienvenido el festejo del aniversario del día del natalicio. Piensen en la única alternativa posible. Si uno no cumple años...bueno, ya saben a dónde ir a visitarlo.



Algunos aunque festejen, incluso con mucha alegría, prefieren simular una amnesia selectiva que les borra de la memoria la cantidad de velas que deberían ubicar en la torta. Y es que a veces la gente te da menos edad que la que acusa el DNI y para qué arruinarles la ilusión, ¿no?

Febrero es corto.
Ya les dije, es MI mes. Y lo bueno, si breve...
Es el mes al que el Papa Gregorio XIII decidió recortarle los días. Y la enmarañó más al sumar las horitas que le sobraban del cálculo de las vueltas terrestres en un día extra que se acumula cada cuatro años y que no tuvo mejor idea que meter en el mes mutilado. Eso sucede los años bisiestos, como el que transcurrimos (2016), cuando febrero llega a los 29 días.
Si hubieran puesto ese día de más en marzo, por ejemplo, el mes tendría 32 días. No creo que lo hayan considerado en aquel momento, pero menos mal que no se inclinaron por esa opción porque íbamos a tardar mucho en cobrar el sueldo ese mes XL. 




Mes corto, caluroso, divertido, romántico, otrora lluvioso, algo nostálgico tal vez. El fin de la etapa corta, la de los días libres y relajados; el principio de la parte ardua, para niños y adultos por igual, del año.
Por eso, a sacarle provecho, que el tiempo corre cada vez más rápido y no pide permiso ni disculpas. Si será mal educado...